Se cuenta de un grupo de campesinos analfabetos que cada domingo invitaba al profeta a su aldea a saborear un café. Así tenían la oportunidad de “leer” el Evangelio: contemplando la vida del profeta.
El profeta acudía siempre a sentarse en aquella esquina del monasterio. Frente a la curiosidad de los novicios que le inquirían, les explicaba: «La esquina me recuerda la intersección de dos caminos: uno vertical (hacia Dios) y otro horizontal (hacia los demás). En cada cruce vemos una cruz, que constantemente nos invita a cruzarnos y encontrarnos». Luego citaba el Evangelio: «Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda».