Ante la confesión del sacerdote, «ya no creo en Dios», el profeta replicó: «Será que ya no crees en la imagen de Dios que has conocido. Creo en Dios pero nunca he creído en el dios en quien ya no crees.»
El profeta acudía siempre a sentarse en aquella esquina del monasterio. Frente a la curiosidad de los novicios que le inquirían, les explicaba: «La esquina me recuerda la intersección de dos caminos: uno vertical (hacia Dios) y otro horizontal (hacia los demás). En cada cruce vemos una cruz, que constantemente nos invita a cruzarnos y encontrarnos». Luego citaba el Evangelio: «Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda».