Un novicio llevó un perro irascible a la esquina. Rescató al animal de las manos de su antiguo dueño que lo zurraba inhumanamente. Los novicios, con mimos y caricias, intentaban calmar al perro herido, a la vez que lamentaban las evidentes huellas del maltrato que había recibido. Aprovechó el profeta para sentenciar: «Bienaventurado el animal que hace que el hombre sea más humano. Malaventurado el hombre que hace que el animal sea más bestia.»